Las ideas más peregrinas resultan a veces como una bomba de plástico pegada al pecho del director de un colegio. Hello Kitty cumplió el 1 de noviembre 33 años, y su universo ha alcanzado dimensiones metafísicas. Claramente inspirada en un ejemplar perfecto de persa himalayo blanco sólido, la gatita braquicéfala más famosa del planeta, con un nombre absurdo y una simplicidad que roza el cretinismo, es una criatura deliciosa y seductora a la que resistirse nos hace sudar la gota gorda.
El de Hello Kitty es un mundo perpetuamente teñido de color de rosa y cursi ad nauseam. Una idea macanuda para hacer felices a las pre-adolescentes y, de paso, multimillonarios a sus creadores de la compañía japonesa Sanrio (sus beneficios son de 1.000 millones de dólares al año: moco de gato).
La proto Kitty salió de las manos de Ikaka Shimizu, diseñadora de la compañía, en 1974; al año siguiente fue Yuko Yamaguchi quien se encargó del desarrollo de la criatura y sigue siendo su diseñador oficial hasta hoy, una idea un tanto turbadora: ¿no se le habrá ido la cazuelita un poco a este hombre?...
No se sabe quién, pero alguien pensó que el personaje no podía existir sin tener una especie de currículum donde se señalan una serie de bobadas sin nombre como el tamaño real de Kitty White, equivalente a cinco manzanas, o su babosito lema: “Nunca se tienen demasiados amigos”.
Sus creadores no se pararon en barras y dotaron a Kitty de una familia, padres, abuelos, un novio y una colección de amigos para dedicar capítulo aparte. Adelantamos que la bomba de la traca lleva por nombre Charmmy Kitty, su propia mascota, que es ¡una gata! a la que se han limitado a despeluchar un poco para dotarla de cierto sentido...